Contemplar a Dios es el anhelo secreto
del hombre desde que nace hasta que muere. Tanto es así, que él mismo no es
consciente hasta que toma conciencia de su propio ser, de su propia razón de
existir.
El
hombre religioso vive deseoso de las manifestaciones de Dios, vive con las
“antenas conectadas” para percibir “sus pasos por el jardín del mundo”...
Las manifestaciones divinas, en el AT, de la Gloria de Dios eran de carácter
misterioso...: Dios se manifestaba a su pueblo en la NUBE (Ex 16,10). Eran
manifestaciones fulgurantes del Ser divino.
Moisés, es el prototipo del hombre ( todo hombre) que desea, que anhela ver el
ROSTRO de Dios ( Ex 33, 18-23). Y Yahvéh -que es quién ha puesto este anhelo en
el hombre- le promete: “Yo haré pasar ante tu vista toda mi BONDAD y
pronunciaré delante de ti el Nombre de YAHVÉH”, pues hago Gracia a
quien hago Gracia y tengo Misericordia, con quien tengo misericordia (es una
forma de decir: porque quiero, no porque tenga obligación).
Y añade: “pero
mi rostro no podrás verlo, porque no puede el hombre verme y seguir viviendo”. (seguir
viviendo en este mundo, bajo las coordenadas de nuestra dimensión terrestre).
Y le
sigue diciendo: “Mira, hay un lugar junto a mí... Y, al
pasar mi GLORIA , te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con
mi mano, hasta que Yo haya pasado” (alusión no intencional a la
Virgen María, puesta junto a Dios, y cubierta con su mano, “con la sombra del
Altísimo”, mientras su Gloria la invade) Y continua...”Luego apartaré mi
mano para que veas mis espaldas, pero mi rostro no se puede ver.” Las
espaldas de Yahvéh se llaman MISERICORDIA: No es la Visión Plena, sino el
aspecto de la Gloria que se puede “ver” en este mundo. La Misericordia de
Yahvéh es el Amor: la CONMOCIÓN de su CORAZÓN ante nuestra pequeñez y miseria:
Esa es su Gloria y la nuestra: Ver su Gloria aquí en la tierra, es VER su
MISERICORDIA con nosotros (conmigo), y hacernos nosotros Misericordia para con
los demás.
Pero esto no es mágico. Requiere nuestra libertad, nuestra cooperación.
Requiere ejercitarse en el contacto con Dios, individual y
comunitariamente (continuamente)...Dicho en una frase: “Hablar sólo con
Dios y de Dios.”
Moisés
retorna de esos encuentros con el rostro radiante.
Sin embargo donde más se manifiesta la Gloria de Dios, es en su Hijo
Jesucristo, porque Él es el resplandor de su Gloria, la Encarnación de su
substancia, aunque oculta dentro de su humanidad,...oculta hasta tal punto que
no todos le creyeron, es más algunos hasta lo rechazaron, incluso algunos de
sus discípulos no sabían ver en Él al Padre. Tan oculta que sólo a tres de sus
discípulos se les concedió verlo transfigurado. Tanto, que en su Pasión fue el
siervo sin apariencia ni presencia, el despreciado...
Según S. Pablo la visión de Dios no será perfecta sino después de la liberación
de nuestros cuerpos mortales (2Co 5,8) Entonces veremos a Dios como ES:
“todo en todos”:entonces SERÁ (ahora aún no es en nosotros, pero
hemos de irnos entrenando, aunque sea a contracorriente). Al mirarnos, podrán
ver a Dios. Así y todo, esa presencia se adelanta de alguna manera, a través de
la Misericordia de Dios: la Misericordia-Dios, llama a nuestra puerta como un
mendigo, y suscita nuestra misericordia para con los demás. Es ésta una
misericordia hecha de acogida no displicente, prepotente ni interesada. Para
esta contemplación se ha de tener la mirada de Dios.
La contemplación es un don que ha de ser suplicado, que es asimismo fruto de “los
gemidos inefables del Espíritu” (Rom 8, 26c). Es Dios mismo el que nos
busca para ser contemplado –para ser disfrutado-: “Mira que estoy a la
puerta y llamo, si alguno oye mi voz, y me abre...” (Ap 3, 20)....Y
requiere de nosotros una respuesta que no se demore: “Abrí a mi amado,
pero mi amado ya había pasado..., y el alma se me escapó en su huida” (Ct
5, 6) ... y aún le estoy buscando... ¿Le estoy buscando?, o ¿me he perdido
distraída,... y ahora voy detrás de los rebaños de otros compañeros, como dice
el mismo Cantar: de otros intereses, de otras aficiones del alma, de otros
ídolos?.
El Señor hace este don a la comunidad de vírgenes sensatas que, con la Esposa
(la Iglesia), y gracias al aceite ( el Espíritu), le responden: “¡Ven
Señor Jesús!”(Ap 22, 17)
Por último, sólo puede contemplar el rostro de Dios, quién sabe iluminar al
otro, a cada hombre desde su corazón con la Luz del Espíritu (entonces
en cada hombre se ve a Cristo). De igual manera, sólo de esta forma podemos ser
imagen de Dios para cuantos nos contemplen (2 Co 3, 18) “Más todos
nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria
del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen...”
El otro
–aún con sus pecados y miserias es -para el creyente- Cristo, cuyo
rostro, en su pasión, tampoco era bello ni fácil de ser amado...; era
un Dios escondido: era un rostro escarnecido, velado, desfigurado ( Is 53,
2b-3),... era el PROSCRITO, el presunto bandido, el condenado, el delincuente,
el terrorista insurrecto que se pretendía rey contra Roma. Cuando miraban al
despojo humano que colgaba de una cruz (como otras tantas), el común de los
mortales pensaba: “Ha muerto como los criminales, algo muy gordo habrá hecho:
Dicen que se ha hecho como Dios;... dicen que quiere destruir el templo;...
dicen que es un embaucador;... yo mismo le he oído decir que si no comíamos su
carne y bebíamos su sangre...” (cosa abominable para los judíos).
Para que el otro no esté solo, para que yo lo valore, cuando no es digno de ser amado, para yo sepa contemplar al “Dios con nosotros” en mi hermano, y en mí, Cristo se hizo pecado: “a quien no conoció pecado le hizo pecado por nosotros,
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para que viniésemos a ser justicia de Dios en Él”.
En definitiva, contemplaremos a Dios si ocupamos nuestro verdadero sitio: el del buen ladrón, que se conocía a sí mismo culpable, y por ello supo ver (contemplar) la INOCENCIA del “malhechor” que tenía a su lado:
En definitiva, contemplaremos a Dios si ocupamos nuestro verdadero sitio: el del buen ladrón, que se conocía a sí mismo culpable, y por ello supo ver (contemplar) la INOCENCIA del “malhechor” que tenía a su lado:
“Dichosos los sinceros de corazón,
porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8): Veremos a Dios si sabemos mirar, a los
demás, con los ojos de Dios.
Sor Mª Cristina
Buendía O.P.