miércoles, 28 de mayo de 2014

Meditación 1

     

   

    Contemplar a Dios es el anhelo secreto del hombre desde que nace hasta que muere. Tanto es así, que él mismo no es consciente hasta que toma conciencia de su propio ser, de su propia razón de existir.
El hombre religioso vive deseoso de las manifestaciones de Dios, vive con las “antenas conectadas” para percibir “sus pasos por el jardín del mundo”...

         Las manifestaciones divinas, en el AT, de la Gloria de Dios eran de carácter misterioso...: Dios se manifestaba a su pueblo en la NUBE (Ex 16,10). Eran manifestaciones fulgurantes del Ser divino.

         Moisés, es el prototipo del hombre ( todo hombre) que desea, que anhela ver el ROSTRO de Dios ( Ex 33, 18-23). Y Yahvéh -que es quién ha puesto este anhelo en el hombre- le promete: “Yo haré pasar ante tu vista toda mi BONDAD y pronunciaré delante de ti el Nombre de YAHVÉH”, pues hago Gracia a quien hago Gracia y tengo Misericordia, con quien tengo misericordia (es una forma de decir: porque quiero, no porque tenga obligación).

Y añade: “pero mi rostro no podrás verlo, porque no puede el hombre verme y seguir viviendo”. (seguir viviendo en este mundo, bajo las coordenadas de nuestra dimensión terrestre).

         Y le sigue diciendo: “Mira, hay un lugar junto a mí... Y, al pasar mi GLORIA , te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano, hasta que Yo haya pasado”  (alusión no intencional a la Virgen María, puesta junto a Dios, y cubierta con su mano, “con la sombra del Altísimo”, mientras su Gloria la invade) Y continua...”Luego apartaré mi mano para que veas mis espaldas, pero mi rostro no se puede ver.” Las espaldas de Yahvéh se llaman MISERICORDIA: No es la Visión Plena, sino el aspecto de la Gloria que se puede “ver” en este mundo. La Misericordia de Yahvéh es el Amor: la CONMOCIÓN de su CORAZÓN ante nuestra pequeñez y miseria: Esa es su Gloria y la nuestra: Ver su Gloria aquí en la tierra, es VER su MISERICORDIA con nosotros (conmigo), y hacernos nosotros Misericordia para con los demás.
         Pero esto no es mágico. Requiere nuestra libertad, nuestra cooperación. Requiere ejercitarse en el contacto con Dios, individual y comunitariamente (continuamente)...Dicho en una frase: “Hablar sólo con Dios y de Dios.”

         Moisés retorna de esos encuentros con el rostro radiante.

         Sin embargo donde más se manifiesta la Gloria de Dios, es en su Hijo Jesucristo, porque Él es el resplandor de su Gloria, la Encarnación de su substancia, aunque oculta dentro de su humanidad,...oculta hasta tal punto que no todos le creyeron, es más algunos hasta lo rechazaron, incluso algunos de sus discípulos no sabían ver en Él al Padre. Tan oculta que sólo a tres de sus discípulos se les concedió verlo transfigurado. Tanto, que en su Pasión fue el siervo sin apariencia ni presencia, el despreciado...

         Según S. Pablo la visión de Dios no será perfecta sino después de la liberación de nuestros cuerpos mortales (2Co 5,8) Entonces veremos a Dios como ES: “todo en todos”:entonces SERÁ (ahora aún no es  en nosotros, pero hemos de irnos entrenando, aunque sea a contracorriente). Al mirarnos, podrán ver a Dios. Así y todo, esa presencia se adelanta de alguna manera, a través de la Misericordia de Dios: la Misericordia-Dios, llama a nuestra puerta como un mendigo, y suscita nuestra misericordia para con los demás. Es ésta una misericordia hecha de acogida no displicente, prepotente ni interesada. Para esta contemplación se ha de tener la mirada de Dios.

         La contemplación es un don que ha de ser suplicado, que es asimismo fruto de “los gemidos inefables del Espíritu” (Rom 8, 26c). Es Dios mismo el que nos busca para ser contemplado –para ser disfrutado-: “Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz, y me abre...” (Ap 3, 20)....Y requiere de nosotros una respuesta que no se demore: “Abrí a mi amado, pero mi amado ya había pasado..., y el alma se me escapó en su huida” (Ct 5, 6) ... y aún le estoy buscando... ¿Le estoy buscando?, o ¿me he perdido distraída,... y ahora voy detrás de los rebaños de otros compañeros, como dice el mismo Cantar: de otros intereses, de otras aficiones del alma, de otros ídolos?.

          El Señor hace este don a la comunidad de vírgenes sensatas que, con la Esposa (la Iglesia), y gracias al aceite ( el Espíritu), le responden: “¡Ven Señor Jesús!”(Ap 22, 17)

         Por último, sólo puede contemplar el rostro de Dios, quién sabe iluminar al otro, a cada hombre desde su corazón con la Luz del Espíritu (entonces en cada hombre se ve a Cristo). De igual manera, sólo de esta forma podemos ser imagen de Dios para cuantos nos contemplen (2 Co 3, 18) “Más todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen...”

        El otro  –aún con sus pecados y miserias es -para el creyente- Cristo, cuyo rostro, en su pasión, tampoco era bello ni fácil de ser amado...; era un Dios escondido: era un rostro escarnecido, velado, desfigurado ( Is 53, 2b-3),... era el PROSCRITO, el presunto bandido, el condenado, el delincuente, el terrorista insurrecto que se pretendía rey contra Roma. Cuando miraban al despojo humano que colgaba de una cruz (como otras tantas), el común de los mortales pensaba: “Ha muerto como los criminales, algo muy gordo habrá hecho: Dicen que se ha hecho como Dios;... dicen que quiere destruir el templo;... dicen que es un embaucador;... yo mismo le he oído decir que si no comíamos su carne y bebíamos su sangre...” (cosa abominable para los judíos).
Para que el otro no esté solo, para que yo lo valore, cuando no es digno de ser amado, para yo sepa contemplar al “Dios con nosotros” en mi hermano, y en mí, Cristo se hizo pecado: “a quien no conoció pecado le hizo pecado por nosotros, 
para que viniésemos a ser justicia de Dios en Él”
En definitiva, contemplaremos a Dios si ocupamos nuestro verdadero sitio: el del buen ladrón, que se conocía a sí mismo culpable, y por ello supo ver (contemplar) la INOCENCIA  del “malhechor” que tenía a su lado: 
 “Dichosos los sinceros de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8): Veremos a Dios si sabemos mirar, a los demás, con los ojos de Dios.

                                              Sor Mª Cristina Buendía O.P.

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